Más recuperado de mi resfrio, y todavía en mi mood antisocial, volví al Gran Teatro Nacional para ver si encontraba entradas para el concierto de la Sinfónica Juvenil. Iban a tocar Sheherezade, un emocionante estudio para orquesta que, inspirado en Las Mil y una Noches, compuso Nikolai Rimsky Korsakov en una época (1888) en la que el arte europeo buscaba nuevas fuentes de inspiración en las viejas (y, por entonces, conquistables) culturas de Oriente.
Por poco y no voy. Era uno de esos resfríos que no te causan dolores ni malestares importantes salvo una interminable lluvia nasal, comezón en el centro de la cara y estornudos escandalosos. Pero que causan asco entre los que te rodean y te hacen parecer más indeseable de lo usual. Y en una sala de conciertos (aclaremos desde ya: conciertos con sonido acústico) hay pocas cosas más exasperantes que alguien que tosa, carraspee o estornude. Digo yo, si por lo menos lo hicieran cuando el volumen es más intenso... Pero no, se empeñan en lanzar cofcofes y achúes en las partes en que la música es más suave, o en las que tienen varios silencios entre las notas.
Antes de leer El Muro, de Jean Paul Sartre, podría decirse que no sabía casi nada sobre el escritor francés... Vamos, sí quién era, pero con ese tipo de información que sólo te sirve para resolver crucigramas: que rechazó el Nobel, que era uno de los existencialistas, que tuvo disputas con Camus -que no rechazó el Nobel, lo que confirma que tenían que tener disputas- etc... Sí, también es cierto que lo estudié en el curso de Filosofía 2 de la universidad pero lo hice con la misma dedicación con la que te aprendes una fórmula matemática para resolver un examen y que, luego de aprobar el curso de marras -con las justas- te la olvidas sin culpa para el resto de tu vida.
Pero también "lo conocía" por algunas referencias que salpicaban mi propia historia. Por ejemplo, recuerdo que en la biblioteca de mi abuelo Augusto había un libro cuyo título me llamaba la atención: La naúsea (que fue, me enteraría luego, la primera novela de Sartre). Y yo, que entonces era un adolescente aficionado a hojear libros para rara vez leerlos, recuerdo haber tomado ese volumen con cierto entusiasmo, esperando encontrar en él un texto irreverente o escatológico. Lo hojeé y al no entender de qué iba esa cosa lo devolví al estante, seguramente con una expresión de asco en la cara que me confirmaba que al menos el título estaba merecidamente puesto (no me mires así, yo era sólo un muchacho)
Hace unos meses acordé con mis amigos Lucho y Mario retomar algunas lecturas que teníamos pendientes desde nuestros lejanos tiempos en la universidad (a mediados de los noventa), y reunirnos para comentarlas. Pretendíamos fundar una versión perezosa de un club de lectura que se pueda amoldar a nuestros horarios laborales... Uno de ellos se quería mandar de hacha con Ulises pero yo les pedí un poco de piedad y que vayamos piano piano con el tio Joyce, de quien tantas cosas terribles se decían en las aulas de Estudios Generales Letras de la Católica. Así que arrancamos con Dublineses, su libro de relatos, para hacernos una idea.
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Arabia, uno de los relatos más inspirados de la colección, toma su nombre de un bazar en el que un adolescente enamorado cree que encontrará el camino para acercarse a la chica que le gusta. |
Íbamos a reunirnos a las dos semanas para comentar esa y otras lecturas pero las prioridades y los horarios de los miembros de la clase trabajadora de mediana edad son incompatibles con los revivals de los rituales estudiantiles. Vamos, si no eran importantes en aquellos años, ¡cómo lo podrían ser ahora! Así que, como no nos reunimos, pondré mis impresiones aquí, antes de que se me olviden. Pero como esto no es una tarea escolar, sólo diré un par de palabras sobre los relatos que más me gustaron.
De las quince historias, he escogido seis. Noto que una cualidad las hermana: Todas hablan, en un sentido u otro, de expectativas insatisfechas. Supongo que, más allá del valor literario de estas piezas, lo que me ha gustado de ellas es que sus personajes comparten conmigo un defecto doloroso: Esperar siempre más de lo que finalmente obtenemos. Como, por ejemplo, esperar que tus amigos cumplan con leer lo que acordaron... Por cierto, Mario, Lucho, si algún día se acuerdan de este pendiente, los remitiré a las opacas líneas que siguen.
Esa es, más o menos, una sinopsis de Me llamo Rojo, de Orhan Pamuk. Una obra en la que los géneros épico y policial se entrecruzan con sesudas reflexiones sobre el amor, el arte y hasta la naturaleza de Dios. Lo leí hace poco y tomé algunas notas que quiero compartir por aquí.
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Autor

Pablo Ignacio Chacón
Soy autor de "Los perseguidores" (cuentos) y "Juanito Trapelas" (microrrelatos). En 2017 gané el Concurso de Microrrelatos de la Casa de la Literatura Peruana. Fui finalista en el Concurso Internacional de Cuento Juan Rulfo (2011), el Concurso Bonaventuriano de Cuento de (2015) y dos veces en la Bienal de Cuento Premio Copé (2000 y 2022).
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