Abren a las ocho. Iré antes. Así me evito el sol, la aglomeración y que me dejen sin pan ni queso, como el otro día. ¿Siete y cuarto estará bien? No. No es para tanto. Con que salga siete y media, suficiente. Además, ¿qué voy a hacer parado como idiota en la puerta cerrada de la tienda? Todavía es temprano. Escucho: hay menos bulla afuera que ayer a esta misma hora. Pienso que es porque los hombres salimos más tarde de lo normal. Ayer, día de mujeres, sí que hubo harto movimiento. Pero anteayer (día de hombres, como hoy), cuando fui a llevarle sus pastillas a mi abuela, las calles estaban más o menos libres. Entonces, ya está. Saldré a un cuarto para las ocho. Sobrado la hago.
Pero salí a las ocho. Y claro. Cola. Colaza, de una cuadra más o menos, con cada tipo a metro y medio de distancia, como mandan el doctor Huerta y la paranoia de mi abuela (96). Todos se han creído que esta será la Semana Santa más larga de la historia y que hay que almacenar provisiones para un año, más o menos. Pero nadie puede entrar a hacer sus compras hasta que salgan del supermercado los que nos atrasaron. En medio de la puerta hay un vigilante (ojos cansados, anchura respetable) que no solo decide si ya te toca entrar sino que está autorizado para parar en seco a los despistados o vivazos que quieren zamparse a la mala (no señor, no puede entrar, haga su colita, como todos, por favor). Resignado, busco mi puesto, pasando revista de reojo a los enmascarados (de todas las fachas, de todas las edades) que se alínean junto al muro de la tienda y de las casas sucesivas. Se nota que llevan poco tiempo aquí porque la hilera, todavía, parece trazada con regla. Poco a poco irán entendiendo que tenemos para rato y formarán una culebra jorobada y contrahecha, apoyándose unos en las paredes o en los postes, sentándose otros en la vereda, jugueteando con las bolsas de tela que llevan dobladas bajo el brazo o cambiando de hombro la mochila vacía. Hay dos con maletas de rueditas (en una de ellas cabría media tienda) y, más tarde, incluso, veré a uno llegar con un cochecito de bebé (sin bebé, pues, no te pases). Se nota que ninguno espera demorarse. Quizá por eso algunos se desquitan mirándome con cacha como diciéndome a la hora que llegas, huevonazo, te vas al fondo por tardón. Búrlense no más, jijunas, igual esperarán buen rato.